Acabo de llegar a casa de ver Somewhere. Ayer pasé por delante del Rio Cinema, en Dalston, cerca de casa. Vi que la ponían, pero sólo por tres días. Así que he tenido que salir corriendo para llegar a la última sesión de hoy.
Me encanta el aspecto de este cine por fuera. Parece como una imitación de Art Decó a lo cutre, de color cemento apagado y con neones azules bastante desagradables. Y lo que más me encanta, las placas luminosas que anuncian las películas. De éstas antiguas que tiene que subirse alguien a una escalera para pegar las letras. Os recomiendo si se os ocurre ir a Londres a algún cine ir a éste. Sólo tiene una sala, pero con butacas súper cómodas. Es notablemente más barato y con pelis interesantes. Y sí, una maquina de palomitas que a duras penas funciona, pero tienen sweeties y salties. Dicho esto me declaro fan del Rio. Ah! Y se me olvidaba que tras la proyección de los pertinentes trailers y comerciales antes de la peli, se despliega una cortinilla de terciopelo rojo delante de la pantalla, que se abre justo antes de empezar el film. Genial.
Siempre me da mucho miedo ir a ver una película que me importa, que sé que puede decepcionarme, en éste caso debido a la idealización previa del trailer y la admiración por la directora. Pero ya os digo de antemano que me alegra haber ido. Somewhere respira a clásico desde el primer minuto. A bonito, a elegante, a sencillo y a verdadero.
La película trata del descenso de una estrella del cine, un actor famoso perdido en un hotel de Los Ángeles, sólo en medio de un descalabro de excesos y de Nada. Te enamoras al instante de Stephen Dorff, que hace una interpretación de lujo. Su personaje es a veces simple, absurdo, patético. Sin embargo por encima del aspecto de macho y de su sinsentido llegas a empatizar con él por su propia soledad y su dulzura. Hay escenas en que se mezcla el humor y la melancolía a la perfección, en las que llegas a sorprenderte sin saber que es exactamente lo que sientes. Muy Bill Murray en Lost in Translation, pero de comicidad e interpretación mucho más sutil.
Y la Coppola lo hace con más naturalidad y minimalismo que nunca. Hasta economiza en palabras, hay poquísimas. Los silencios transmiten perfectamente el vacío de Johnny (Stephen Dorff). Así cómo el sonido del motor de su Ferrari, ensordecedor, que es de alguna manera el reflejo de la vida que no le lleva a ninguna parte. Son las fiesta, las chicas y el dinero. En ésta película los detalles de cada momento se maximizan y son los que le dan todo el sentido. Y es dónde reside la belleza y las emociones del film.
Por no hablar de Elle Fanning, que es sorprendentemente una excelente actriz a sus 12 años. Es el personaje clave que hace entrar en conflicto el mundo del protagonista. Con reminiscencias a Kramer vs. Kramer, la película es un tierno retrato del padre, que consigue arrojar luz a su camino a través de la inocencia y la sencillez de un niño. Lo mejor de la película son los momentos entre ellos dos, preciosos.
La niña es un mini-me de Sofia Coppola. Es lista y tierna. Hasta viste como ella. Con un estilo clásico, natural, femenino y a la vez cool. Entre otras cosas según ha dicho la directora el personaje es un tanto autobiográfico. Ella misma pasó mucho tiempo viviendo prácticamente en hoteles siguiendo a su padre en los rodajes. Sofía y su padre se hospedaron también en el legendario Chateau Marmont, en Los Ángeles, donde se ha rodado la película.
Aix... dos descubrimientos grandiosos en una noche :)