Las miré por un instante como nos han enseñado que hay que hacer en los sitios públicos. Una vista rápida, en la que no cruzas mirada y luego sigues tu viaje como si la persona de enfrente fuera invisible. Me dio tiempo para darme cuenta de que no eran amigas, hermanas ni conocidas. La señora sentada del lado del pasillo era la viva caricatura de señora inglesa sin mínima sensibilidad estética ni intención de tenerla. Más bien rechonchita, de cara muy redonda con el cabello sin teñir y mejillas sonrosadas. Un poco como la señora de David El Gnomo. Levantó la cabeza del The Sun en cuanto hice un poco de ruido al sacar el estuche del maquillaje para asegurarse de que no era un revólver y yo una maleante. Me sonrió simpáticamente con una mueca impersonal y volvió a los cotilleos. Pasaba las páginas haciendo todo el ruido posible pero la señora de al lado, miraba por la ventana sin inmutarse.
Empecé mi rápido proceso de maquillaje, con el glamuroso y sensual "tapaojeras". Mientras esparcía la base por el contorno de mis ojos lo más rápidamente posible para que nadie me viera en tal glorioso momento, la miré de reojo. Estaba muy quieta. Con las piernas cruzadas y las manos encima, cruzadas delicadamente también sujetando un pequeño bolso. Vestía un traje chaqueta camel, con una sencilla camiseta blanca debajo y un pañuelo con estampado de leopardo en colores pistacho y coral. En los pies llevaba unas tenis blancas sencillas. Muy apropiada para la primavera, austera y jovial. Parecía salida de The Sartorialist. Tenía una melena por debajo de la oreja, rubia platino y perfectamente peinada. Su mirada estaba perdida en los paisajes de Hackney, los parques ya vacíos, la fábrica de color azul ultramar, las malas hierbas de alrededor de las estaciones y las extrañas luces de las nubes de Londres al atardecer. Casi no parpadeaba y cuando lo hacía enseguida pasaba un dedo por debajo del ojo para asegurarse de que la máscara de las pestañas seguía en su sitio. Sus ojos me parecieron extraños, súper azules y grandes pero como fuera de contexto con las otras partes del rostro.
Me puse rápidamente un poco de polvos y guardé el estuche para seguir mirándola. La mujer-gnomo seguía inmersa en artículos sobre la boda real o lo que fuera que leía y ésta, la impasible, yo sabía que no me miraría nunca. Así que tuve toda libertad para observar sin parecer maleducada delante de nadie. No fue difícil ver que no era una señora común. Me percaté de que era transexual y empecé a imaginar y divagar sobre ella, quizás de forma obvia y equívoca. Pensé que no era una señora que tuvo un marido y unos niños que criar. Que aunque lo que más había deseado en el mundo era ser como las otras, la vida se le puso en contra desde el día en que nació. Ella no pudo seguir el camino marcado que tenían las demás, tuvo que hacerse uno propio. Y que lo que en su día parecía un castigo la convirtió contra todo pronóstico en una heroína. Que luchó todo lo que pudo y más para ser quien era hoy. Y que ahora, a los 6o o 70 años, no lo sé, era más libre que el resto y prefería mirar por la ventana a leer periodismo amarillo.